EL
REGRESO
Corría el año 1989, en el paso de Pino Hachado, allí la Aduana Argentina,
y la de Chile. Lugar ineludible por donde había que pasar rumbo al
vecino país ,o regresar a la Argentina. El joven empleado de la
Aduana , saludo atentamente al hombre ,solicitándole la
documentación, correspondiente para completar el trámite de
inmigración, eran cuatro personas en el vehículo, tres de ellos con
aspecto muy triste, casi sin ánimo de hablar, y Sergio el empleado
de inmigraciones. Poco tiempo hacia que él trabajaba en esta
sección, hizo sus preguntas de rigor, y cuando pregunto por la
señora que estaba aún sentada en el auto, Esteban se puso aún más
nervioso, y solo atinó a decir que Juana estaba enferma y que si
podían hacerle los papeles , allí en donde el auto estaba
estacionado, a lo que Sergio solícitamente accedió, María y Adela
estaban inmovilizadas, mientras terminaban los trámites para pasar
a Chile.
Pasaron
los días, y en el albergue en el que compartían sus horas de
descanso Sergio y sus compañeros de trabajo, luego de la cena, uno
de ellos hizo un comentario, manifestando que días pasados había
fallecido, cruzando hacia Chile, una mujer.
Juana Rosa
Cortes Parada se llamaba; ella , recordaba siempre aquellas
anécdotas de su niñez, aquellos lugares de la pre cordillera
chilena , su tierra natal, la casa en el campo de su abuela, sus
recorridos a las orillas de aquel rio…en la comuna de ANTUCO, cerca
de Los Ángeles.
Siempre
agradecida a esta tierra que la había recibido en su adolescencia,
que se había aparecido ante ellos, luego de transitar el Paso de
Pichachen, y llegar a Andacollo, al norte del Neuquén. Sus padres,
gente de campo, crianceros, gente humilde, dispuesta a trabajar,
comenzaron por comprar un terrenito, y criar chivos, y caballos
.Mientras Juana y sus hermanos crecían, pasado los años, sus padres
decidieron q ella por ser la mayor de las hijas, se casara, con el
hijo del puestero vecino.
Marcos
era un hombre callado, aunque todo lo demostraba a través de sus
actos, cuidaba de Juana como si fuese su bien más preciado, fueron
naciendo los hijos, el mayor, Esteban, travieso, charlatán, jugaba
entre los chivos de sus abuelos, y de adolescente se escapaba,
cruzando por un desconocido paso a Chile. En aquellas aventuras de
fin de semana, aprendió a respetar a su madre, tanto como a Marcos
su papá, luego a los años, nacieron María y Adela. En tiempo de la
veranda, crianceros como Marcos y Don Jaime recorrían grandes
distancias en busca del pre cordillera para el pastoreo, hasta faldeo
del Cerro de la Virgen.
Juana
era una simple mujer, de aquellos años, valiente, sin dolores del
pasado, libre como aquel águila que desde algún cielo la miraba. Se
sucedieron los años, Marcos falleció al tiempo que sus hijas se
casaron, y simplemente quiso despedirse y quedar allí en esa tierra
que había conocido de niño, en el puesto de Don Jaime, las bardas,
y ese viento invernal que le había dejado marcado su rostro como si
hubiera sido, aquel pintor dibujando sus sueños tan humanos, de
manos duras y rugosas, así se fueron sus años, vestido de gaucho.
Costo tiempo que Juana se recuperara de su perdida, y con sangre
fuerte, enluto su tiempo de espera hasta que la muerta viniera por
ella, siempre recordando de sus años de juventud, los mejores
momentos, sus risas ,en aquellas fiestas de campo, repitiendo
constantemente a sus hijos que ella quería volver a su tierra,
cuando su diosito la llamara. Así fue que en el momento indicado,
sus hijos buscaron llevar a su madre a sus tierras fértiles de
Antuco , sus colores, y aquel volcán al que Juana siempre
referenciaba como el viejo rezongón que nunca olvidaba y al que
deseaba volver y ese Cerro Mirador, que como su nombre lo decía,
permanentemente lo custodiaban.
Con
mucho temor, sabiendo de los riesgos que correrían, la gran tristeza
por la pérdida de Juana, sin dar a conocer la penosa noticia,
buscaron la documentación que necesitaban para emprender, esta
última aventura, tan solo por volver con su madre a su añorado
pueblo.
Vistieron
a Juana con su mejor vestido, su eterno pañuelo en la cabeza,
protegiéndola del viento, tratando de que el frio no arruinara su
blanca piel, el poncho tejido sobre sus hombros. Su dolor en la
inmensidad de aquel camino, crecía minuto a minuto, ya no volverían
a ver a su madre, ni a saludarla como ocasionalmente hacían con
Marcos, en sus visitas dominicales, luego de la misa, recorrido
obligado, camino al puesto, en su eterno descanso. El silencio pesaba
en los oídos, en las palabras ausentes, en el dolor creciente, los
tres hermanos solo se miraban. Habían decidido cruzar la cordillera,
por aquel paso a Chile donde conocieron al inocente e incauto Sergio,
que viéndolos en ese estado de ausencia, accedió al pedido, ante la
enfermedad de Juana. Crédulo confió en ellos ,al momento de poner
su sello en los papeles, que abrieron el paso a la aduana chilena, y
donde sorprendentemente, ante la gravedad de la enferma, la familia
,los sobrinos y el único hermano vivo de Juana ,los esperaban.
Rotunda
fue la noticia, por los medios locales, donde se comentaba, que por
desgracia una Sra. de nacionalidad chilena, había alcanzado a cruzar
la aduana y que lamentablemente allí había fallecido allí, luego
de una larga enfermedad. Allegados y familia, ante la urgencia
prepararon el sepelio de Juana, lágrimas de pena, y tranquilidad se
desplegaron, entre Esteban, María y Adela, cuando comprendieron que
habían cumplido con el sueño de Juana.
EL
velatorio, había sido un éxito, se formaron algunos corridillos de
vecinos no muy allegados a los dolientes o al difunta, así fue que
los más viejos narraron cuentos, sobre todo de muertos, fantasmas,
apariciones, tétricas narraciones, y claro no podía faltar, lo
cómico.
Las
risas , luego del café caliente acostumbrado, para aquel argentino,
el de inmigraciones, del que las chanzas y bromas fue destinatario
,aun en los momentos de angustias ,antes que la comidilla de
señoras viniera a hacer el Rosario, el rezo acostumbrado, antes
que llegara el momento de despedirse de Juana.